BILBAO, nuestro segundo hogar
I parte, el centro
Lo confieso, ¡me encanta esta ciudad! Y no sólo por los
lazos sentimentales que a ella me unen (aquí viven dos de nuestros mejores
amigos) sino porque es una ciudad ideal para ir con niños.
Aquí nunca hemos tenido la sensación de molestar, da igual
lo estrecho del bar de pintxos o el ruido que hiciera U al correr por sus callejuelas. Los bilbaínos siempre suelen tener
una sonrisa y una palabra amable para los pequeños.
Además, pasear por Bilbao es encontrar infinidad de parques
y zonas de juego a descubrir, por no hablar de la zona del Guggenheim, ¡un
paraíso para los pequeños exploradores!
Os recomiendo que, antes de visitar Bilbao por primera vez,
echéis un vistazo a la web www.bilbaoturismo.net,
llena de información útil y rutas súper chulas.
En lo que respecta al alojamiento, nosotros tenemos la suerte de “tener” casa allí, así que, en esta ocasión, no puedo daros recomendaciones. Pero estoy segura que hay una amplia opción de hoteles family friendly (y siempre se puede echar mano de la socorrida Airbnb).
Si bien es cierto que moverse por Bilbao es muy fácil (está
bien comunicado por metro, autobuses y tranvías) si os tengo que ser sincera,
una vez en el casco histórico, nosotros disfrutamos recorriéndolo a pie, ya que
las distancias son muy asequibles.
Para nosotros, lo mejor para empezar a callejear es bajarse
en la estación de la L1 de Casco Viejo, que, como su nombre indica, está en el
centro centrísimo de Bilbao.
Desde allí, nuestra recomendación es que empecéis a pasear
sin prisas, a disfrutar del encanto de esta ciudad, mezcla de modernidad y
clasicismo, sin perderos cosas como la Plaza Nueva, la Catedral Gótica de
Santiago, el recientemente restaurado mercado de la Ribera y su Ayuntamiento,
que se nos aparece impresionante con la iluminación nocturna. Ah! Y, sobre
todo, no os saltéis las paradas en cualquiera de sus bares para unos zuritos y
unos pinchos… ¡obligatorio!
Sin duda alguna, nuestra parte favorita desde que vamos con U, es el Paseo de la Ría, por sus numerosos
parques, sus vistas al Nervión, su arquitectura, sus puentes, y, como no, el
impresionante Guggenheim. Los peques
alucinan con sus formas imposibles, la enorme araña, su reflejo cómico en las
grandes esferas plateadas y con el “cachorrito” de flores, el famoso Puppy.
Tener la cámara lista, porque podréis hacer un buen reportaje, lleno de caras
de asombro. Junto a él, tenéis la Campa de los Ingleses, un enorme parque donde
la diversión está asegurada. ¡Ah, y llevaros pan para dar de comer a los peces
y las gaviotas de la Ría!
Y si el tiempo se pone muy en vuestra contra (hablamos de
lluvia fuerte, no el típico chiribiri vasco, no me seáis ahora delicados) siempre os podéis refugiar en el Azkuna Zentro, la antigua Alhóndiga. Es un
antiguo almacén de vino reconvertido en un peculiar centro de cultura. Su original
forma, con enormes columnas, cada una de ellas diferentes, y su cálida
iluminación, lo hace ideal para refugiarse un rato y dejar que los peques jueguen
en este ambiente mágico, mientras los papis curioseáis en sus tiendas y
exposiciones.
Respecto a dónde comer… bueno, en esta ciudad la ¡duda
ofende! Bromas aparte, Bilbao tiene un amplio abanico de posibilidades, desde
restaurantes no aptos para la mayoría de bolsillos a bares de menú que casi
merecen una estrella Michelín.
Los pinchos
y las raciones son una opción estupenda cuando se viaja con niños, y aquí, de
eso van sobrados. De hecho, U podría alimentarse simplemente a base de esas
inigualables tortillas de patatas vascas, jugosas y suaves. Y, además, si
tenéis peques activos, es una buena manera de comer rico, barato y rápido y
seguir con la marcha.
Y si os
apetece comer de restaurante, este no os decepcionará: restaurante Pentxo (http://www.restaurantepentxo.com). En la parte
de abajo podéis tomaros unos vinitos y unos pintxos, y si queréis probar su
magnífico menú, tienen el restaurante en la planta de arriba. ¡El personal es
eficiente y amabilísimo! U se durmió antes de entrar y un camarero se ofreció
encantado a ayudarnos a subir el carro por sus estrechas escaleras y nos buscó
una mesa donde poder ubicarnos cómodamente. Detalles como este se agradecen muchísimo,
cuando tristemente, la norma en muchos restaurantes es poner tan mala cara
cuando te ven con carrito que ni te planteas entrar a comer.
Y, por
último, si sois golosos, no dejéis de entrar a cualquiera de sus magníficas
pastelerías, llenas de delicias como las carolinas o los bollos de mantequilla…
todo muy “light”, al estilo vasco.
Más adelante os hablaré de donde ir y qué hacer en sus
alrededores, que tampoco tienen desperdicio. Por ahora, espero haberos
inspirado a visitar una de las ciudades que más nos gustan y más han cambiado,
y para mejor, en las últimas décadas… ¡Agur!
Elena
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